A veces los momentos más incómodos de nuestras vidas no son necesariamente los que nos suceden a nosotros, sino aquellos de los que somos testigos obligados.

 

Cuando estaba en la universidad, mi grupo de trabajo y yo teníamos como proyecto final para el curso de audiovisuales, hacer un documental. Elegimos como tema la fusión musical y contactamos con varios artistas locales que se ajustaran al perfil. Así conocimos a Anthony.

 

De hecho, yo ya lo conocía de antes. Vi una presentación suya y me gustó lo suficiente como para comprar su disco y pedirle que me lo autografiara, y todo bien… hasta que noté que había colocado el nombre equivocado en la dedicatoria.

 

Al tener más o menos nuestra edad, congeniamos muy bien con él, lo que ayudó a que la grabación fuera más relajada y divertida… excepto por el tipo que estaba grabando su propio programa a unos metros de donde estábamos nosotros. Sus gritos terminaron colándose en nuestra filmación, arruinándola por completo, como dejara claro el profesor al revisar los avances del proyecto.

 

Si no hubiera sido por lo buena onda que era Anthony, que aceptó darnos otra entrevista, habríamos jalado el curso. Por esos días, su agenda estaba bastante ocupada pero aceptó darnos unos minutos después de una presentación que tendría en un centro cultural. Además de salvar la nota, veríamos el show gratis. ¡Toda una ganga!

 

Llegamos temprano a grabar. Conmigo estaban Anderson y Angélica, que hacía honor a su nombre con una inocencia sólo igualada por su enorme capacidad de decir las más cosas inapropiadas en el peor momento posible.

 

Al llegar al local encontramos a un grupito de gente haciendo cola para entrar. Un rato después llegó Anthony con todo su equipo, que incluía a su familia, sonidista, músicos y demás. Al vernos, nos saludó sonriente y nos hizo pasar al auditorio para ir cuadrando las cámaras.

 

Aunque ver el show gratis no sonaba nada mal, no me entusiasmaba mucho tener que quedarme hasta que terminara todo para poder grabar, y luego me quedaba un viaje de hora y media hasta mi casa… pero necesitábamos con urgencia la entrevista. No quedaba otra.

 

Nos acomodamos en un rincón en la parte de atrás del auditorio mientras veíamos a la gente hacer su chamba. Estábamos a una hora de que arranque todo, en cualquier momento empezaría a entrar la gente. De seguro la cola que habíamos dejado afuera había crecido.

 

Pasó la hora y la gente no entraba, salvo por dos viejitas que se sentaron en la parte de atrás. En un primer momento, supusimos que las habían dejado entrar antes de tiempo porque ya tenían sus años y no podían estar paradas por mucho tiempo, pero los minutos seguían pasando y no había cuándo entrara el resto. ¿A qué hora iba a empezar la cosa? Entonces vimos que Anthony se acercaba a hablar con ellas, y al ratico salían del auditorio.

 

El cantante se nos acercó, visiblemente avergonzado aunque sin dejar de sonreír. Era una de esas sonrisas nerviosas que uno pone para aparentar estar bien aunque todo el mundo sabe que no lo estás. “El concierto se canceló – dijo – es que no hay gente”.

 

Resultó que esas dos viejitas habían sido las únicas personas que habían comprado su entrada, y allá afuera no había nadie más esperando entrar.

 

No hacía falta hablar al respecto pero Angélica, con su nula capacidad para mantenerse en silencio cuando es necesario, se mandó con un sorprendido “¿no ha venido nadie?”.

 

¡Ya estaba muerto y le seguían dando! Aunque el pobre tratara de mantener la sonrisa mientras decía “no”, podía ver como Anthony se hacía chiquito de la vergüenza, a tal punto que yo me sentía tan o más avergonzado que él.  Me hice el loco mientras revisaba innecesariamente la cámara para no tener que seguir sufriendo esa escena. Lo mejor era acabar rápido y salir de ahí.

 

Mientras terminaba de revisar mi lista de preguntas, y Anthony esperaba sentado frente a la cámara con la mirada algo perdida pero sin dejar de sonreír, Angélica (¡por qué!) le dijo “no estés triste”, tratando de consolarlo mientras le sobaba un brazo.

 

Podía escuchar cómo el corazón del muchacho se hacía pedacitos mientras trataba de lucir tranquilo y amigable.

 

Grabamos, guardamos las cosas, agradecimos y nos fuimos. Apenas pusimos un pie afuera del local volteé a mirar a Angélica y le dije “¡ves que el pata está hasta las huevas y encima se los restriegas en la cara!”.

 

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Descripción: Estos son diez relatos sobre momentos realmente incómodos de mi vida, con los que he hecho las paces y de los que algo aprendí. Seguro te sentirás identificad@ con alguno de ellos, pues todos hemos pasado por algo así alguna vez… y fue realmente AWKWARD.

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